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Prodigios y curiosidades
Texto para la exposición de Javier Sáez Castán en Museo ABC de Madrid
"... armarios chinos a dos tintas, cuentos de Navidad sin estrellas pero con estrellados, pantomimas capaces de erizar la piel a los bibliotecarios del tedio, catálogos de sueños que consuelan a los insomnes crónicos… en fin, unas obras estupendas para deleite de niños y niñas que aún sepan apreciar el sabor de una buena sopa de cangrejo a media tarde, recién servida por el señor Pompibol y acompañada de unas tostadas de mermelada verde del señor Verde."

Pablo Auladell / Texto para la exposición de Javier Sáez Castán en Museo ABC de Madrid / Noviembre de 2016

Resulta, cuando menos, curioso que el mayor prodigio que llame nuestra atención en esta muestra sea el mismo Javier Sáez Castán, verdadero monstruo rosa de la edición en castellano entre ese batiburrillo de libros de peluche, libros golosina, libros bobo-pedagógicos y libros inofensivos que atiborran el puchero de la sopa literaria, por decir algo, infanto-juvenil e ilustrada.

Curioso porque siempre le oí decir, en sus fascinantes charlas, cursos o presentaciones, acompañado de un caracol que actuaba en un pequeño teatro con una hoja de lechuga como atrezzo, que, en el álbum ilustrado, el autor no debía notarse apenas, debía actuar tan sigilosamente como el tigre que, agazapado entre los juncos, espera el momento oportuno para saltar sobre la corza del misterio, la poesía o la maravilla; el autor debía ser únicamente ese salto, el zarpazo, las rayas. Sin embargo, aparte de que sus imágenes están pobladas por señores con sombrero, monos de olvidadas enciclopedias de Historia Natural, bufones de rajás ridículos en palacios blancos de Sumatra y pequeños monarcas en pijama y corona de cartón en quienes, muchas veces, he creído adivinar su sonrisa como británica o la mirada de sus ojos descreídos, es tal la singularidad de Castán en el medio que ha acabado pareciéndose a los profesores decimonónicos de sus obras, elaborando en su gabinete de Altea toda suerte de artefactos ilustrados, como él mismo gusta llamarlos, de precisión delirante en forma de libro: armarios chinos a dos tintas, cuentos de Navidad sin estrellas pero con estrellados, pantomimas capaces de erizar la piel a los bibliotecarios del tedio, catálogos de sueños que consuelan a los insomnes crónicos… en fin, unas obras estupendas para deleite de niños y niñas que aún sepan apreciar el sabor de una buena sopa de cangrejo a media tarde, recién servida por el señor Pompibol y acompañada de unas tostadas de mermelada verde del señor Verde.

Nacido en Huesca en 1964, ya entonces con su perfil de Mandrake, aunque no sabría decirles si fue niño prodigio, ha vivido casi siempre entre Alicante y sus pequeñas poblaciones costeras, quizá obsesionado con la captura o el estudio de alguno de esos pulpos que nos miran desde otra realidad en sus imágenes, lo que, sumado a la posibilidad de que conteste al teléfono desde algún punto indeterminado entre México y Colombia, le crea enormes dificultades al ingenuo becario del periódico local que trata de entrevistarlo después de que le den algún premio, como, por ejemplo, un White Raven de la Internationale Jugendbibliotehek de Munich, el del Mejor Libro Ilustrado en la FILIJ de México 2004 (por el Animalario Universal del profesor Revillod), la Mención de Honor del Premio Iberoamericano de Literatura Infantil de la Fundación SM 2008, la nominación para el Astrid Lindgren 2012 o, a qué más, el Premio Nacional de Ilustración 2016.

Resulta, cuando menos, prodigioso que un tipo así haya pasado la mayor parte de su carrera como un emboscado, siendo mucho más conocido en América, por ejemplo, que por estos lares. Pero se diría que, reconocimientos como los que acabo de enumerar y exposiciones como la que ustedes van a paladear, han comenzado a hacer un poco de justicia en este siempre curioso mundo de la ilustración y los libros para niños. Libros que, cuando son escritos e ilustrados por Castán, son leídos también sin ningún rubor ni disimulo por los adultos avisados y pasan casi siempre de inmediato, sin hacer mucho ruido, eso sí, a formar parte de las bibliotecas más extraordinarias, aquellas donde no tienen cabida los psicólogos de la obviedad ni los buenos propósitos de los cretinos.

Y ahora, sin más preámbulos, que se descorra ese telón que siempre aparece o se intuye al principio de las obras de Castán y, aunque sólo sea por curiosidad, comience el recorrido por esta galería de imágenes y por las historias que palpitan en ellas. Por muy disparatados que sean los pensamientos que estos personajes les provoquen, no se inquieten. En eso consistirá precisamente el prodigio: en que en estos días atroces donde ya nada parece sorprendernos, un puñado de dibujos nos conmuevan porque están como sacados de la caja de lapiceros que guardábamos en secreto para dibujar de mayores y cifrados por un misterio que ya pocos saben reconocer.

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