Intentaba yo recuperar el vistazo sobre el mundo del fanzine, que había descuidado durante demasiado tiempo, atraído por los ecos que me llegaban de su renovada fuerza y fantaseaba con hacer algunas incursiones por sus ferias y eventos, ahora que tenía más margen de movimiento y menos niños que atender, cuando sobrevino la pandemia y quedaron frustradas mis escapadas. Así que comencé a rastrear por lo que tenía más próximo, instagram y esas cosas, y descubrí a Nixconbotas, que pasaba por allí con su potente dibujo, sus colores imposibles y un novedoso discurso poético, novedoso por lo desacostumbrado o por lo inesperado en alguien de su edad.
La verdad es que me llamó la atención porque me pareció a primera vista un trabajo en los antípodas de mis presupuestos sesudo-estéticos, que es lo saludable para no caer en el ensimismamiento y detectar con eficacia los puntos débiles y las carencias que tiene nuestro propio trabajo. Por eso, resultó mucho más impactante comprobar que aquella autora no estaba, en realidad, demasiado lejos de los territorios que desde hace años me hallo hozando y cuestionando y torturando (aunque ella lo hace desde un vigor cromático y con unos decibelios en el verso inasumibles para mí), y que sus páginas estaban construidas con esa esgrima verbal, tan recomendable, entre la voz principal y una serie de alegorías y alter ego que evitan que el discurso, y la idea que en él se detona, quede en un onanismo ridículo y un poco infantil, al cuestionar e ironizar implacablemente las más hondas convicciones, trampas emocionales y autocomplacencias del personaje principal.
De lo que me agencié de Natalia, sin duda mi deslumbre es De mayor, dibujante, donde ha conseguido esa forma de dibujar y escribir envidiable que consiste en que todo parezca hecho a la vez, una trenza trazada de una sola pasada, como coser y cantar. Además, en este trabajo compruebo hacia dónde ha ido derivando el cómic, curiosamente, después de alcanzar su supuesta edad de oro y reconocimiento como cosa seria y vendible en librerías: hacia un alejamiento del lenguaje del cómic y su evolución en una suerte de nuevo híbrido entre palabra y dibujo, quizá mucho más idóneo para tratar temáticas poéticas o, en fin, algo que no sea de aventuras o peliculable. Quizá sea ésta la verdadera vía de maduración de nuestro medio, después de que la novela gráfica, paradójicamente, esté produciendo los tebeos más infantiles y pedagógicos que puedo recordar, con todas esas biografías como sacadas de un libro de Ciencias Sociales de EGB o esos aullidos inofensivos convenientemente etiquetados por un astuto mercado: Reflexiones de un vello axilar, etc . Pero de eso hablaremos en otro episodio.
Apunto una cosa más, aunque no la menos significativa, de lo que me ha proporcionado su lectura, y es que siento aquí nítidamente palpitantes las esperanzas y los peligros de las cuestiones que nos acucian y nos atormentan ahora mismo. Que haya autoras que expresen su visión del mundo y de territorios críticos de su sensibilidad con este desparpajo inteligente, lejos creo, de toda impostación, victimismo o tentación de aparecer como seres angelicales, le proporciona a uno la visión completa de nuestra tragedia: la necesidad innegable de una espiritualidad no necesariamente vinculada a la religión ha sido sustituida por golosinas emocionales que nunca sacian, sino que acrecientan la sensación de que somos la herida y así, en fin, vivimos inmersos en un colosal espejismo, una torre de Babel desguazada donde todos estamos mezclados en un estrépito insoportable, todos enfrentados, cuando se ve tan claramente que basta con que uno, Natalia, en este caso, descienda a las profundidades que hemos olvidado y regrese con una palabra, con un dibujo y la muestre como una antorcha para que comprendamos lo que nos falta y duele a todos: que ya no sabemos quiénes somos.