Como ya no hay crítica, como los libros desaparecen y se hace difícil, si no imposible, contemplar la obra de un autor en toda su extensión, no se ha comprendido aún que yo trabajo desde una dualidad, todo mi sistema es dual, una acrobacia, un equilibrio entre dos tensiones. Así, no soy renacentista ni tampoco enteramente barroco o tenebrista (y, desde luego, en ningún caso surrealista, como me etiquetan una y otra vez), sino que me muevo, según el proyecto, el tema, mi disposición, entre un polo y el otro.
Trabajo con la luz de las vidrieras y de los días de playa de la infancia y, otras veces, con la penumbra de los claustros, la angustia de la Pasión (tan asimilada durante los años en el colegio de curas), el sentimiento de memento mori, con existencialismo de bodegón y mesa camilla de casa de ancianos, con un expresionismo de muchacho bondadoso que siempre soñó con ser malvado.
Estoy en el río, un río de aguas mestizas, de arrastres diversos, y entro en templos no siempre cercanos.